Ángeles Álvarez, el velo es una marca.

Cuando la iraní Shirin Evadí recogió el Premio Nobel de la Paz con su cabeza descubierta se revolvieron los altos jerarcas del clero chii.

Fue un desafío que celebramos muchas mujeres. En general, celebramos y apreciamos estos pequeños gestos que representan la revuelta femenina contra
unas jerarquías religiosas que condicionan la vida de miles de mujeres en cualquier parte del mundo.

Fue un desafío porque expresó, consciente y militante, su rechazo a la imposición de una prenda que la argelina Wassyla Tamzali ha denominado “el símbolo del sometimiento de las mujeres”.

Sabemos que es preciso poner límites a las tradiciones cuando estas atentan contra los Derechos Humanos, y por tanto, la primera reflexión reclamaría identificar qué prácticas son instrumento de dominación de determinado colectivo, grupo, o sexo. Mujeres como Tamzali saben que “se empieza por taparse el cabello y se continúa por no poder ser tratada por un médico”.
Las tradiciones que segregan son intolerables en una sociedad democrática
En Madrid lo sabemos muy bien y por eso denunciamos lo que la “in-liberal” Aguirre hace cuando financia generosamente colegios religiosos del Opus Dei que separán a los alumnos por sexos.
En España miles de niñas y mujeres hemos sufrido el adoctrinamiento en las escuelas católicas y hemos exigido liberarnos de sus dogmas restrictivos. Es desde esa misma posición como debemos manifestarnos en relación al uso del velo en las escuelas.

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