603 millones de mujeres viven en países donde la violencia doméstica todavía no es un delito




Leticia Puente Beresford

Es tal la violencia que se ejerce en contra de las mujeres y de las niñas que a estas alturas, por todo lo que he vivido, leído y escrito, más lo que me han contado, me convenzo de que se trata de una perversa rutina, un círculo que se debe romper.


Estudios y acciones para detenerla, frenarla y “curarla” son bastos, ante el ‘YA BASTA’ que las mujeres reclamamos, no sólo todos los días, sino cada segundo de esos días, porque cada vez que el segundero se mueve ocurre un acto de violencia.

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Los golpes hacen que las pieles sangren, que duela y que dejen una enorme cicatriz, pero, por desgracia, esa es sólo la cicatriz visible y bien puede esconderse detrás del maquillaje, de la cirugía, incluso. No sucede así la cicatriz que queda en el interior de la personalidad, en lo que llamamos el alma, porque esa es más difícil, si no es que imposible, de borrar.
Es cierto que en prácticamente todos los países se implementan acciones y hasta se cuenta con leyes que intentan reivindicar a las “víctimas”, señalando castigos ejemplares para los maltratadores, violadores, contra los feminicidas.
 
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