Rafael Fernando Navarro, " SI YO FUERA GAY "

Al Partido Popular le molesta el ejercicio de nuevos derechos ciudadanos tradicionalmente anatematizados por presiones ideológicas o religiosas difícilmente sostenibles en el mundo en que vivimos.

 La equiparación del matrimonio entre personas del mismo sexo a la unión entre personas heterosexuales le rechinó en las entrañas y de inmediato acudió al Tribunal Constitucional para obtener su anulación. Y en esas estábamos cuando Mariano Rajoy manifiesta claramente que si llega a la presidencia del gobierno no mantendrá en vigor esa ley. No se opone Rajoy –faltaría más- a que se formen parejas sin más. Pero no admite el término matrimonio porque está reservado a la unión hombre-mujer.






Rajoy, y la derecha que le respalda, hunde sus raíces en la visión eclesiástica de una jerarquía católica (no confundir con cristiana) para quien la función primaria del matrimonio es la procreación, hasta el punto de considerar pecado grave el acto sexual si se es consciente de que no va a desembocar en fecundación. De ahí la condena irreversible de todo método anticonceptivo.
El sexo no se ejerce como entrega, fusión amorosa, donación del propio misterio al misterio del otro, acogimiento gozoso de la persona amada. Nada de eso pertenece a los designios de Dios, según la Jerarquía. Hombre y mujer son máquinas programadas a cuyo ejercicio sexual asiste Dios para incorporar el alma y constituir así un ser humano, incorporado más tarde a la Iglesia por el bautismo. Y para impulsar a los humanos a esa procreación, el acto sexual va acompañado de un placer que cumple la función de atracción, pero que es en sí mismo despreciable porque todo lo placentero lleva al pecado y la consiguiente perdición eterna.





¿Es posible un reduccionismo tan simplista del matrimonio?
¿Dónde queda el amor, la ternura, la intercomunicación, la projimidad más prójima cuando la enfermedad, la vejez, la infecundidad? Si la Jerarquía fuera lógica tendría que declarar decaído el matrimonio cuando la procreación queda frustrada por la biología. Lejos de esto, exige la permanencia de la unidad hasta que muerte impone la separación y reduce a pecado todo lo recuerde el ejercicio sexual.





Colgado de esta visión reduccionista está Rajoy y la fuerza política que lo respalda. Partir del hecho de que la homosexualidad es una desviación, una enfermedad, una patología pertenece a la zona más oscura de la historia y a la negación del ser humano como misterio siempre sorprenderte, anclado en la inercia más simplista de la vida, arrinconado en definiciones antidinámicas, negadas al asombro de un existir abierto, impenetrable, provisional, siempre en camino hacia revelación de sí mismo.




(...)


España es un país machista. Pero sobre todo es un país macho. Lo saben los que atacan el éxtasis del amor para defender la “normalidad” del amor. Que ustedes lo pasen bien. Voy a beberme una copa de luz. Brindaré con el viento enamorado. Seré feliz, aunque yo, se lo aseguro, no soy gay.


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