A mi modesto entender, sólo esconde rostros de mujeres…todas diferentes. Algunas, supongo, la llevarán con gusto, otras no tanto.
La Unión Europea –con Francia a la cabeza- insiste en debatir si debe o no admitirse su uso por parte de las mujeres islámicas que viven allí. Las líneas argumentativas se cruzan de derecha a izquierda causando enorme asombro por parte de los periodistas que abordan la cuestión. Son incapaces de ver que el respeto reverencial por el patriarcado es el elemento de unión más fuerte que existe entre las diferentes ideologías.
El indudable tufillo xenófobo que el debate adquiere, y la eterna visión occidental y cristiana que considera que el único modo de vida posible son sus “repúblicas libres”, y que los únicos íconos respetables son los que ella impone quedan burdamente expuestos cuando los funcionarios encargados de llevar la medida adelante declaran a viva voz que el hecho de usar burka debe constituir un impedimento para la obtención de ciudadanía de aquellas mujeres que la tramitan, ya que su uso representa– según estos verdaderos fundamentalistas -un claro repudio a los ideales republicanos que los países miembro de la Unión Europea creen tener el honor de cristalizar mejor que cualquier otro país del mundo.
Pero no quiero detenerme en el tema de la jerarquización de pautas culturales, sino en el tema mujeres. En cómo quedamos las mujeres paradas en este debate. En el efecto propagandístico que tiene para con nosotras las occidentales.
En el rastreo nada pretencioso de tener valor estadístico que realicé acerca de las tomas de posición respecto al tema, me encontré con un predominio de voces de varones analizando la cuestión. Pero lo peor del caso, es que las pocas voces de mujeres también sonaban masculinas en esto de atribuirse “la postura” correcta y la representatividad de todas las mujeres que da lugar a que en nuestros tiempos se hable de “la mujer” como extracto concentrado único, con una esencia compartida por todas nosotras que hace posible que se nos aluda en singular. En este caso, “la mujer” de la que se habla es “la islámica”, también como si existiera una sola manera posible de ser mujer que practica ese culto.
El efecto disciplinador que tiene este debate para las mujeres occidentales no puede dejarse de lado: aparecen por Europa feministas que se oponen fervientemente a que se oculte el rostro de sus congéneres, esgrimiendo su postura con una especie de superioridad. Como si sobre nuestros cuerpos y nuestras caras no se impusieran mandatos tan terribles para nuestras subjetividades como los que se les imponen “a las otras”, las que “no son nosotras”.
Es de algún modo querer convencernos de que –después de todo- a nosotras no nos va tan mal…. Jamás nos encontramos con estadísticas acerca de cantidad de mujeres violadas en los países islámicos, ni con cifras que nos muestren la cantidad de femicidios anuales de cada uno de ellos. Si se nos envían cadenas por mail y alguna vez vemos por televisión o publicado en algún medio gráfico que alguna mujer islámica está por ser “apedreada por adúltera” como si ello constituyera en esos países una práctica habitual por un lado. Como si en nuestros países las mujeres sospechadas de adulterio no fueran ejecutadas también por sus parejas bajo el manto de una cultura que lo tolera por otro.
En toda esta discusión, ¿dónde se menciona que las mujeres somos seres pensantes, capaces de tener opinión propia y decidir sobre nuestros cuerpos y el modo de vestirlos?.
Dónde queda –para estos países adalides de la democracia – el respeto por la voluntad y libre elección de todo aquello que constituye “lo otro”, “lo diferente”.
Indudablemente, el modo en que han asumido a través de los siglos su “misión” en el mundo indica que son los encargados de liberarlo de cualquier clase de tutela que no sea la tutela ejercida por ellos mismos: un claro intento por lograr que las mujeres pasen de cumplir los mandatos del Islam a cumplir con los de occidente.
Dejando siempre muy en claro, eso sí, que las mujeres somos incapaces de ejercer nuestra voluntad. O de hacer escuchar nuestras voces.
Constituimos algo así como la infancia de la humanidad. No por nada ante una catástrofe gritan “las mujeres y los niños primero”: somos el objeto incapaz de cuidarse por sí solo o de tomar decisiones.
En lo personal, ya no me cuiden más…
Prof. Delia Añón Suárez-.
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1 comentario:
Muy Buena nota, saludos Compañera.
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