África: El combate contra la ablación

Tenía apenas cinco años cuando, al regresar a su casa de un paseo, su madre la acostó, mientras la sujetaba y taponaba su boca, en presencia de una anciana que la esperaba con una cuchilla oxidada en la mano.

Sintió un intenso dolor entre las piernas y se desmayó antes de que cosieran la herida con una espina y un hilo grueso.

Lo anterior forma parte de los recuerdos una joven somalí, que tiempo después fue embajadora de la Organización de las Naciones Unidas en África.

Su caso no es raro ni excepcional, pues millones de niñas y jóvenes en el mundo, principalmente en África y Oriente Medio, sufren anualmente graves daños a la integridad física al enfrentar el hecho y las consecuencias de la ablación, arraigada costumbre social basada en dudosas creencias culturales, religiosas o étnicas.

La ablación del clítoris se remonta a la época faraónica y es un tipo de mutilación genital femenina (MGF) que elimina de forma parcial o total los genitales externos de las niñas.

Los promotores de esa milenaria costumbre demandan la ablación antes del matrimonio, guiados por criterios erróneos tendentes a evitar la promiscuidad en la mujer y a lograr un aumento de su fertilidad.

El origen de esta práctica se desconoce, aunque algunos historiadores plantean que se inició en el Antiguo Egipto, pasó a África Central y de ahí se extendió por todo el continente.

Hoy día, en numerosas comunidades de África y Oriente Medio se aplica la ablación para indicar el comienzo de la edad adulta y durante la ceremonia de iniciación los familiares y comadronas calman la ansiedad de las asustadas muchachas con la explicación de que ese acto es un deber de sus creencias religiosas.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 135 millones de mujeres y niñas en todo el mundo sufren en la actualidad los daños de la mutilación genital femenina y anualmente tres millones de niñas son víctimas de esa agresión

Daños físicos y psicológicos

El rito compromete y afecta seriamente a las víctimas, pues si gritan, su conducta avergonzará a la familia, y si tratan de escapar, las ataduras que las inmovilizan pueden provocar fracturas de sus clavículas, brazos o piernas.

Otro factor negativo de esa costumbre es que la realizan ancianas o comadronas tradicionales en lugares sin asepsia, con vidrios, cuchillos o navajas, afirma Catherine Mwane, una joven auxiliar de enfermería natural de Iture en la República Democrática del Congo.

Ella explicó a una activista de la Organización Mundial de la Salud que semanas después de sufrir la ablación, le salió un quiste en la parte afectada y que aunque tiene un bebé, sus relaciones maritales son muy dolorosas.

Numerosos criterios médicos confirman esos problemas y agregan que otras secuelas de las mutilaciones en las jóvenes suelen ser las hemorragias, la inflamación pélvica y daños psicológicos y obstrucciones urinarias.

Igualmente se incrementa el riesgo de contraer hepatitis, el VIH/SIDA u otras enfermedades de la sangre, sin contar que muchas pueden sufrir infertilidad o morir.

Agencias de la Organización de Naciones Unidas (ONU) ligadas a la infancia han comprobado que esa costumbre se observa hoy en Asia, América Latina y Australia.

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