Roberto Montoya
55 años después de su creación, la ONU descubrió que la mujer era víctima por partida doble en las guerras, y en 2000 aprobó una resolución para protegerla. En su aniversario se impone un balance
(Intervención de Roberto Montoya en la mesa redonda del 15 de Octubre organizada por la Fundación Euroárabe en la Biblioteca del Museo Reina Sofía de Madrid, en el marco del Festival El Ojo Cojo de Cine, Cortos y Documentales)
Estos días se cumplen 10 años desde la aprobación de la Resolución 1.325 de la ONU, y gracias a este instrumento y otros complementarios posteriores también muy importantes, Naciones Unidas ha comenzado a incorporar a una gran parte de sus organismos, misiones y actividades, la problemática de la violencia de género ligada específicamente a los conflictos armados y a los periodos de construcción y mantenimiento de la paz.
Días atrás, a inicios de octubre, representantes de Naciones Unidas dieron a conocer en Madrid, en el marco del seminario “Instrumentos eficaces para la igualdad en el desarrollo”, que tres de cada mujeres en el mundo han sufrido violencia machista en algún momento de su vida.
La ONU aclara que la mitad de esas agresiones sexistas la sufrieron menores de 16 años. En pleno siglo XXI se calcula que 140 millones de niñas y adolescentes sufren mutilación genital, que 30 millones de niñas viven en las calles, expuestas a la violencia sexual.
Diez millones de niñas en el mundo son obligadas a casarse antes de los 12 años; 86 millones de niñas crecen sin educación alguna; miles de niñas en Afganistán son atacadas por los talibán por atreverse a ir a la escuela, las escuelas de niñas son consideradas objetivos militares.
Más de 5.000 mujeres mueren al año en el mundo víctimas de los llamados “crímenes de honor” realizados por sus propias familias.
Hay guerras como las de Afganistán en las que Occidente utilizó de forma propagandista y oportunista la asfixiante opresión sufrida por las mujeres como muestra de la crueldad del enemigo talibán, pero nueve años después su situación, si bien es de reconocer ciertos avances con respecto a la siniestra época talibán, no ha mejorado de una forma más radical a causa del retrógrado, corrupto y autoritario gobierno de Hamid Karzai aupado al poder por EEUU y sus aliados.
En Irak, tras siete años de guerra, y cientos de miles de muertos después, EEUU y sus aliados reivindican la victoria, reivindican haber estabilizado el país, pero las mujeres han perdido terreno en materia de derechos y en su rol en la sociedad.
Históricamente las mujeres iraquíes habían ido conquistado importantes derechos, muchos más avanzados que en el resto de países de su entorno, teniendo un gran protagonismo en la vida política y social. Su apogeo lo tuvieron durante los años 70, paradójicamente, bajo la dictadura de Sadam Husein..
Las guerras, sean en Africa, Asia, Oriente Medio o en cualquier parte del mundo, siguen agravando enormemente los niveles de violencia sexual contra las niñas y mujeres.
Esas agresiones, esos crímenes, no son lamentablemente casos aislados protagonizados por puñados de soldados o milicianos psicópatas de un bando u otro. Son parte ya integrante de las guerras.
Las mujeres siguen siendo como en las guerras primitivas parte sustancial del botín de guerra. Con las agresiones a cientos de miles de niñas y mujeres en países como Sudán, la República Democrática del Congo o tantos otros, no sólo se traumatiza a las víctimas directas de por vida, se dispara el número de embarazos no deseados y se expande el virus del Sida. También se logra humillar y denigrar a toda una comunidad.
En continentes como Africa, donde la mujer de las zonas rurales juega un papel económico, social y familiar vital, más que en otras zonas del mundo, las consecuencias de las violaciones sistemáticas y masivas son aún mayores.
Como denuncian las organizaciones que trabajan en la zona, tras ser víctimas de violaciones, las mujeres de una comunidad, por temor, dejan de ir a cosechar a los campos más alejados y no acuden a los mercados, alterando así toda la vida económica de las familias y comunidades, ahondando aún más su extrema pobreza.
Por eso, por todo ese panorama tan desolador que se le presenta a la mujer, desde niña, en tantos países todavía hoy día, cualquier avance que se de es importante. No se pueden minusvalorar los pasos que poco a poco y en forma desigual se están logrando en muchos lados, estimulados por la Resolución 1.325. Pero tampoco se pueden sobrevalorar creyendo que su simple existencia es de por sí garantía de un cambio profundo, radical, en todo el mundo.
Muchos programas que llevan adelante distintos organismos de la ONU u ONGs apoyadas por Naciones Unidas en numerosos países, han supuesto un estímulo, un cambio palpable para la situación de muchas mujeres afectadas por conflictos bélicos, durísimas sequías, hambrunas, mujeres desplazadas de sus casas y pueblos, mujeres hacinadas en campos de refugiados en Africa, Asia, América Latina y el Caribe. ...
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