El aborto, los linces y las especies desprotegidas

No hace falta “ser un lince” para percatarse de la doble moral que hay detrás de la nueva campaña de la Iglesia católica sobre la Ley de despenalización del aborto. Comparar a un cachorro de felino protegido con un bebé me parece una manera de manipular conciencias con unos postulados que son, del todo, falsos.

Falsos además de hipócritas, si recordamos que emanan de aquellos que, en coalición con el franquismo, nunca se opusieron, durante cuarenta años, a la pena de muerte.

El poner en el cartel propagandístico a un niño de muchos meses de vida adulta tergiversa seriamente la realidad, porque los abortos que se pretenden despenalizar son hasta un máximo de doce semanas de gestación, según pautas científicas consensuadas.
Ninguna Ley del aborto pretende ni incita a nadie a abortar.
Pretende despenalizar, de acuerdo a los derechos democráticos, un problema social que afecta a muchas mujeres que, legal o ilegalmente, se someten a esa terrible experiencia..

Es una aberrante inmoralidad pretender que las mujeres que pasan por el trance traumático de una interrupción del embarazo en las primeras semanas de gestación vayan, además, a la cárcel.

Por otro lado, estas mujeres son, en su mayoría, adolescentes que toman la decisión de abortar llevadas por sus circunstancias y, muchas veces, ¡reconozcámoslo!, por el miedo y el sentimiento de culpa que el dogmatismo católico genera en la sociedad.

Me parece igualmente inmoral que la jerarquía católica saque “el hacha de guerra” aduciendo la desprotección de los niños, cuando cada día mueren de hambre en el mundo 16.000 niños, y no hacen (salvo apariencias) nada por evitarlo; y más si consideramos los millones de euros que reciben de las arcas públicas para supuesta ayuda social.


Inmoral es, igualmente, que la Iglesia condene el uso del preservativo y desapruebe la educación cívico-sexual en las escuelas, lo cual provoca, además de millones de muertes en el mundo por contagio de SIDA, muchos embarazos no deseados.

Enorme contradicción el condenar lo que uno mismo, en gran medida, provoca.

Es una descabellada inmoralidad que la Iglesia católica excomulgue a los médicos que interrumpieron el embarazo de una niña brasileña de nueve años violada y cuya vida, por traer mellizos, corría gravísimo peligro.

Aparentemente les importaba mucho la “vida” de un conjunto de células, pero la vida de una niña víctima de la más canallesca depravación no les importaba nada.

Por otra parte, utilizar al cachorro de un lince en su panfleto propagandístico me parece otra inmoralidad, si tenemos en cuenta el estado del planeta y de tantas especies que se han ido extinguiendo; especies que están realmente desprotegidas ante unos antinaturales postulados que imponen como centro de la creación a una supuesta “deidad”, y que no han respetado nunca la dignidad de la vida humana, ni la animal, ni la natural.

Me temo que la jerarquía católica se cree, muy erróneamente, poseedora del monopolio de los valores morales.
La moralidad tiene que ver con la nobleza, con la libertad, con el amor real a todos los seres (salvo siniestras excepciones), con la tolerancia, la benevolencia, y con todo lo que suponga la interrelación respetuosa del hombre con el entorno natural, social y cultural; todo eso que a los obispos, a la vista de sus actuaciones, les queda muy lejos.

Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica

El Plural

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