A VECES REZO POR ÉL...

Hace años, teniendo yo dieciocho, me dirigía a un encuentro con Carmen Martín Gaite, en una pequeña plaza, ubicada al lado de las catedrales de Salamanca, cuando un estruendo sobre el suelo me hizo volver la cabeza, un cuerpo humano, que no reconocí, estaba a mi lado con el cráneo destrozado. La cúpula de la catedral le había parecido el lugar idóneo para lanzarse al vacío. Las deudas del juego tuvieron la culpa. Mi asombro fue mayúsculo cuando descubrí que el joven que allí estaba sin vida, era un amigo de la residencia de estudiantes, componente de la tuna, que a veces rondaba mi ventana. Han pasado los años, pero recuerdo este hecho con frecuencia, y a veces, en mi soledad rezo por él.




Adolescencia fugaz de vivencias insalvables,
recuerdos de atrocidades, que nunca debieron ser,
paseo de media tarde, de un mayo soleado,
frente al episcopado, con zapatos de tacón,
pétrea fachada añejada de siglos,
mujeres haciendo bolillos, en sillas de enea,
voces de niñas jugando a la comba,
pelea de chicos dándole al balón,
golpe fuerte, de huesos rotos,
mirada incrédula, de no querer ver,
los brazos locos, el cráneo abierto,
despojo humano sobre el cemento,
ojos muertos, boca sin aliento,
mal alimento el juego fue a tener,
padres angustiados, llorando al hijo,
universitarios rezando por él,
y yo triste y sola, allí me quedé,
junto a su cartera, de calderilla llena,
esparcida por la tierra, que nunca conté,
y un poco más lejos, junto a las bolilleras,
quedó su zapato cavilando el asombro,
mientras la cúpula de la catedral,
tocaba campanas, por aquel chaval.
,
Mari Carmen Estévez

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