Adolescencia fugaz de vivencias insalvables,
recuerdos de atrocidades, que nunca debieron ser,
paseo de media tarde, de un mayo soleado,
frente al episcopado, con zapatos de tacón,
pétrea fachada añejada de siglos,
mujeres haciendo bolillos, en sillas de enea,
voces de niñas jugando a la comba,
pelea de chicos dándole al balón,
golpe fuerte, de huesos rotos,
mirada incrédula, de no querer ver,
los brazos locos, el cráneo abierto,
despojo humano sobre el cemento,
ojos muertos, boca sin aliento,
mal alimento el juego fue a tener,
padres angustiados, llorando al hijo,
universitarios rezando por él,
y yo triste y sola, allí me quedé,
junto a su cartera, de calderilla llena,
esparcida por la tierra, que nunca conté,
y un poco más lejos, junto a las bolilleras,
quedó su zapato cavilando el asombro,
mientras la cúpula de la catedral,
tocaba campanas, por aquel chaval.
,
Mari Carmen Estévez
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