Yo discrimino, tú discriminas

Amando Vega Fuente


Publicado en la revista "Escuela" Num. 3895 Febrero 2011



Hay que reconocer que nadie es racista ni capaz de discriminar al “otro”. Sin embargo, los hechos nos contradicen a todos, pues basta abrir los ojos para ver que las exclusiones acampan por todos los lugares, incluso en los protegidos bajo el paraguas de la inclusión.



Una de cada cuatro personas encuestadas pertenecientes a minorías étnicas o inmigrantes aseguraron haberse sentido discriminadas por dos o más motivos durante los 12 meses anteriores según una reciente encuesta realizada por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea.



Pertenecer a una minoría étnica o ser inmigrante fue la principal causa de discriminación. Otro factor de rechazo es el nivel de ingresos, que puede derivar en exclusión social. La discriminación viene también de la mano del género, la orientación sexual, la edad, las creencias o las discapacidades ya sean físicas, psíquicas, sensoriales o sociales y culturales. Sinceramente, no sé para qué puede servir el proyecto de Ley Integral para la Igualdad de Trato y la No Discriminación, cuando ya existen tantas leyes que pretenden defender los derechos de todos los ciudadanos. Lo que hace falta es una práctica convencida y convincente, y esto difícilmente se puede asumir con normas y castigos. Las discriminaciones se mueven entre hilos muy fi nos, a veces invisibles, aunque no falten sogas muy patentes que las sostienen. De todas formas, no se puede negar que la idea que se defi ende es muy justa. El problema está en lo ambicioso de su cometido, cuando vivimos en una sociedad que precisamente se sostiene sobre la discriminación, cuando no en la explotación, de los más débiles.



La discriminación se cuela por los entresijos de la vida cotidiana, con palabras y con hechos, en los hogares, en los lugares de trabajo, en los espacio de ocio, en los centros formativos… También en la escuelas, por más que se hable de la educación inclusiva. Resulta paradójico, como señalan Moriña y otros (2010) que sea en los contextos especiales, donde los jóvenes con discapacidad experimentan sus primeras vivencias de integración que, en muchos casos, actúan como una tabla de salvación para superar el vacío social, curricular y metodológico sufrido en las aulas ordinarias. Aquí se encuentran protegidos, como iguales, al mismo tiempo que establecen las primeras amistades. También se sienten parte del grupo al poder dar y recibir ayuda de sus compañeros, al aprender todos en condiciones de igualdad y al disponer de un profesional atento a sus necesidades.


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